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Maratón de Washington. Al rescate de los pies posibles.


Este año 2018 me plantee ambiciones maratonianas de gran profundidad para mí, pero la realidad es tozuda y a veces tus planes no coinciden con ella. El caso es que ya me había perdido Murcia y Castellón y me enfrentaba a mi tercera cita con muy pocas garantías. El mucho trabajo, un entrenamiento mal llevado debido a las prisas, alguna gripe y dolores pesados en el hombro derecho, me habían enfrentado a no empezar a correr mi carrera favorita este año.

Así que fuese como fuese quería romper el maleficio en Washington, correr sin más, terminar bien y romper la mala racha. Así, cuando llegué a Estados Unidos el pasado dos de marzo, con muy poco entrenamiento en mis piernas, al menos me esperanzaba que los nueve días restantes hasta la carrera podría correr un poco para al menos calentar los músculos. La realidad fue que excepto el día que pude salir por Central Park en Nueva York ya no pude salir más. Un enorme resfriado y una tormenta de nieve que afectó a todo el Este me dejaron parado, con poca opción más allá de algún paseo. Así, medio encerrado, mocoso, febril y aterido de frío se acercaba el día de la maratón y yo me encontraba en menos forma que nunca.

Así que tocaba tomárse el tema con mucha calma. Llegué a valorar el no participar pero me parecía que eso no me iba a ayudar gran cosa. El día anterior, me sentí bien conmigo mismo, capaz de terminar al menos y sin que eso supusiese ningún drama. En todo caso, pensé que si me llegaba a hundir, me retiraba y resuelto.


La carrera comenzaba realmente pronto, a las siete de la mañana. La temperatura era de -1º y me tuve que dedicar a trotar la media hora que faltaba para salir desde que llegué para no quedarme helado, sobre todo los píes. No era una carrera de mucha participación, menos de dos mil corredores. Me di cuenta de que en Castellón eran más participantes que allí, pero bueno, eso tampoco me suponía ningún problema, más bien lo contrario, pues las carreras mastodonte de decenas de miles de corredores me resultan muy agobiantes.


Como mi ambición era llegar a meta en buenas condiciones sin importar el tiempo, me ubiqué en el quinto grupo de salida, de más de cuatro horas de tiempo estimado. Cada vez que salía un grupo, a los treinta segundos salía el siguiente en un cómodo y poco complicado espacialmento. La salida se situaba en una de las avenidas principales de Washington, al lado del Museo Smithsonian de Historia de América, que a la tarde me dedicaría a visitar.
El entorno resultaba impresionante, con las vistas del gran monolito en el medio del gigantesco Mall de América, con el Capitolio a un lado, el monumento a Lincoln al otro y en medio La Casa Blanca. El entorno de la salido podía ser difícilmente más monumental.   




La carrera se pusó en movimiento con mucha suavidad y yo me sentía estupendamente. No vi ningún descalcista más, aunque sí a un par de chicos con sandalias que me saludaron muy contentos de verme. Uno de le decía a un amigo “Another crazy like me” Creo que no hace falta traducción. 

Nunca había corrido una maratón tan arropado, con guantes, gorro de lana, mallas, dos camisetas y manga larga, pañuelo al cuello y no me sobró nada ni me arremangué nada hasta la llegada. No pasé frío y tampoco lo pasé en los pies, por lo que estaba muy contento con mi indumentaria un tanto extraña. Aunque en general la gente iba muy pero que muy abrigada, hasta el punto de que llegue a ver correr a alguna chica con un anorak acolchado.

Una curiosidad fue que la carrera no se medía en kilómetros sino en millas, 26,2 millas.  Así que la evolución de la distancia la iba viendo en esa medida que por lo tanto aparecía más tarde, al ser 1,6 kms. Me dió igual, más o menos tenía claro por dónde iba y eso era lo importante. En casi cada milla aparecía un grupo de rock, que para eso era la Rock and Roll marathon de Washington. Con el fresquete que hacía, esas apariciones suponían un calor importante para el alma y el corazón, gracias a todos esos músicos madrugadores y esforzados, pasando frío y tocando a la intemperie.



Otro tema que me llamo la atención era el patriotismo en toda la carrera. Pasamos una milla de homenaje a los caídos en las últimas guerras. Cientos de fotos de militares fallecidos a nuestros pies adornaban una parte del recorrido. En esa parte del recorrido pude escuchar gemir de emoción a una chica que iba a mi lado. Luego en otro pasaje en la cuesta más abrupta del recorrido, cientos de voluntarios con banderas de los Estados Unidos no dejaban de jalear a todos los participantes hasta a el punto de algunos perder la voz. Además fue la primera carrera en la que asistía en mi larga vida como corredor en la que antes de empezar se cantaba el himno y todo el mundo permanecía quieto con el brazo cruzado sobre el pecho. La verdad es que no cabe duda de que los norteamericanos son uno de los pueblos que más aman a su país de los que he conocido.




La carrera evolucionaba con cierta dureza por el perfil ya que no dejaban de aparecer cuestas en todo su desarrollo. El asfalto al principio estaba bien, pero fue empeorando de forma progresiva, hasta que casi al final se volvió imposible. Lo más curioso fueron dos tramos de unos cien metros cada uno, de un enrejado en el con facilidad se podía introducir el píe entero. Tuve que pasar con enorme precaución por allí a riesgo de herirme sino iba con cuidado. Un tonto me dijo que eso me pasaba por no llevar zapatillas, unos minutos después lo rebasaba y le sacaba algún kilómetro de ventaja  un rato después, jeje. En todas partes hay gente que no sabe que hacer con la boca. 

El recorrido fue muy variado todo el tiempo, pasando por barriadas de Washington, zonas monumentales, parques a la ribera del Potomac, resultando muy ameno. Estaba bastante feliz pues ya pasada la media maratón me encontraba bien de fuerzas y no dejaba de pasar a más corredores, por lo que las expectativas de llegar bien se estaban cumpliendo. Así que mantuve un trote alegre que me hacía tragar millas sin sufrir. Había rebasado al práctico de tres horas cuarenta y me acercaba de forma interesante al de tres treinta. Yo creo que ya estaba cerca de ese punto, cuando en el kilómetro treinta y seis más o menos, nos adentramos en un parque silvestre en una montaña. Y ahí se acabó la fiesta. El firme estaba tan destrozado, el asfalto tan roto y había tanta gravilla suelta que no pude seguir corriendo. Hice lo de siempre en estos terrenos, saltar, bailar, andar, negociar, pero no correr y claro, todo esto muuucho más despacio. Después de casi tres kilómetros de este terreno, casi todo subiendo, había perdido mucho tiempo y muchas fuerzas. Por el 39, el asfalto ya podía seguir llamándose así, pero yo estaba vacío y sí, lo bueno es que pude correr, pero mucho más despacio de lo que venía. Pero estaba contento, ya veía el final y sí, estaba cansado, un tanto frito de piés, pero muy entero.

En la milla 35, ya se veía el estadio al final y se oía el bullicio de la llegada. Cansado y feliz cumplí mi 35 maratón y mi 20 edición descalzo. Había sido una maratón de supervivencia y pundonor, terminada en tres horas y cincuenta y cuatro minutos, pero sobre todo lograda a base dosificar lo que tenía y de hacer de mi experiencia mi mejor aliada. No fue mi mejor tiempo, pero sí fue mi carrera más madura en la que lo que aprendí  en las otras me sirvió mejor que nunca.

A la llegada me reencontré con mi hija y nos fuimos a celebrarlo y a pasar una tarde paseando por Washington.



    
Maratón de Washington. Al rescate de los pies posibles. Maratón de Washington. Al rescate de los pies posibles. Reviewed by evocion on marzo 11, 2018 Rating: 5

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