Ultramaratón Atlántica Melides-Troia. Corriendo sobre el mar.
La arena, la gran protagonista de esta carrera. |
Cuando
elegí esta carrera hace meses como una etapa más en el periplo maratoniano de
este año estaba convencido de que sería una experiencia interesante y
agradable. Así ha sido, pero además ha sido muchas cosas más que ni siquiera
sospechaba. Corriendo descalzo te das cuenta de que la superficie que pisamos
es infinita en su variedad y desde luego las playas entran en esa misma visión.
Esta larga playa en la que se acotaron cuarenta y tres kilómetros sin una sola
interrupción no tenía dos tramos iguales porque todos sus elementos no dejaban
de evolucionar metro a metro: densidad de la arena, inclinación de los taludes
de la playa, paisaje y sobre todo su relación con el oleaje. Sin embargo un elemento
era común en casi toda ella, la blandura. Una arena de granos gruesos que se
esponjaba abriéndose ante el líquido marino como chorros de cuarzo rodante.
Todas las pisadas serían absorbidas por ventosas de granos brillantes por lo
que más que correr sobre ella habría que volar. ¿Sabemos volar?
La
prueba comenzó con cierta complejidad logística. Aunque empezaba a las nueve
la mañana, llegar al lugar de la salida no era fácil. (http://goo.gl/NJVakB)
Para desplazarme allí tuve que salir a las cuatro y media de la mañana con destino a
Setúbal, coger un catamarán que me llevase a la playa de Troia y allí un
autobús hasta el punto de salida. Una pequeña epopeya inicial que hacía
presentir lo que se complicaría todo luego.
Sin
embargo todo lo relacionado con la carrera antes de la misma ofrecía imágenes
idílicas de una playa preciosa con corredores sonrientes recorriéndola
(http://ultraatlantica.com/). En cierto modo todo era verdad pero no del todo.
El sitio, el recorrido, es sin duda uno de los más hermosos por los que he
corrido en toda mi vida. La visión de una playa que se pierde en la mirada sin
el más mínimo rastro a la vista de edificación ni de ninguna estructura que enturbie lo que la naturaleza ha puesto
allí resulta emocionante, sobre todo para los que venimos del maltratado
Mediterráneo de las costas levantinas.
Así
que allí estábamos cuatrocientos cincuenta corredores según nos dijeron los
organizadores, recogiendo nuestros dorsales y el avituallamiento que nos
debería durar hasta el kilómetro veintiocho que sería el único punto de
aprovisionamiento. Un litro y medio de agua, un plátano, un gel y una barrita
energética me parecían mucho para esa distancia. Como llevaba tres botellas de
medio litro de bebida isotónica me deshice con pena de la botella de agua y
como tenía hambre me comí el plátano y la barrita. El gel lo dejé por si acaso
porque no me gustan por ser tan empalagosos, luego me lo comería como si fuese
un bocadillo de jamón ibérico. Correría con mochila, como la mayoría de los
corredores. No estaba acostumbrado pero necesitaba llevar muchos trastos, la
cámara de fotos, las sandalias (inútiles en aquel entorno, luego me daría
cuenta) las botellas isotónicas, unos
calcetines de aqua fitness que me
serían de gran utilidad, gafas de sol que no utilizaría, dos camisetas la de
regalo y otra de mi club, protector solar que tampoco usaría (la estupidez no
conoce límites), el móvil, y la
documentación y dinero. Mucho peso,
demasiado. Ser pesado en esa carrera era una clara desventaja y yo al lado de
algunos corredores era un auténtico mamut.
Lo
que me llamó la atención era la gran cantidad de corredores descalzos y con
calzado mínimo que no minimalista en un sentido estricto que había. Muchos
corredores comenzaron y acabaron descalzos y otros llevaban calcetines
especiales sellados a la pierna por la parte superior. Por lo tanto y a
diferencia de otras carreras yo no llamaba la atención, algo que agradecí pues
uno ya se cansa de tanto comentario.
En
los primeros trotes antes de salir para probar la consistencia de la arena ya
me di cuenta de que aquello no era a lo que yo me había intentado acostumbrar
corriendo por las playas de Castellón y
Valencia. Esa playa era como un ser con vida propia y estaba muy poco
domesticada por el paso de cientos de miles de personas como en las que solía
frecuentar.
La
salida se dio con puntualidad y el gran pelotón de corredores salió con vigor.
Yo como de costumbre salí de la parte final con la intención de ir encontrando
mi ritmo sin agobios. Por conversaciones con otros corredores descalcistas y mi
propia experiencia había llegado a la conclusión de que era preferible correr
por la arena seca ya que de hacerlo por la mojada mis pies se reblandecerían y
con seguridad la arena acabaría haciéndome heridas. Así que salí por la parte
alta de la playa con algunos corredores que parecían tener la misma idea. La
mayoría tomaron la parte más próxima al agua buscando una mayor dureza de la
arena.
Duró
poco. Cuando llevaba tan solo dos kilómetros corriendo estaba jadeando
arrastrando mis pies por una arena tan blanda como pesada. Estaba perdiendo el
ritmo y las energías con una rapidez atroz así que decidí bajar a la orilla del
agua pasase lo que pasase ya que tenía
claro que por la parte alta de la playa no aguantaría. En la parte baja la
arena seguía estando blanda pero no tanto y el beso de las olas parecía una
promesa de felicidad. Sin embargo no resultaba fácil, en algunas zonas la arena
se ablandaba mucho y el talud de la playa se inclinaba llevándonos hacía las olas
que pasaban de los besos a las bofetadas. Se estaba poniendo muy incómodo y
difícil seguir corriendo y las energías se derrochaban en los primeros
kilómetros de forma escandalosa.
El
pelotón de corredores se iba alargando de forma increíble y en una recta de
decenas de kilómetros las siluetas se disolvían en una bruma de luces
enrarecidas por el calor y la refracción cristalina de arenas salvajes. La
arena era la gran protagonista de esta carrera. Marcaba el ritmo en cada
momento según su densidad y cuando las olas se nos echaban encima nos la metía
por todo el cuerpo. Era una arena gruesa que se retiraba con cierta facilidad
de la piel pero que se notaba mucho y rascaba más. Fue muy entretenido estudiar
la mejor forma de correr por allí. En principio resultaba tentador seguir las
pisadas de los demás ya que creaban zonas más compactadas que ofrecían menos
resistencia al avance. Pero esta estrategia era de escasa utilidad ya que
generaba un desajuste de la zancada ya que tenías que correr con la de otra persona
que era diferente. La sensación al hacer ésto era tan anómala que desistir
resulta casi inmediato. Luego seguir las
rodadas de los quads de la organización parecía una opción que resultaba inútil
porque aún se podía hundir mucho más el pie. Mantener una cadencia alta sin
agotarse y procurar no aplastar demasiado era al final lo más práctico. Desde
luego los corredores ligeros tenían mucha ventaja porque apenas se hundían en
comparación con los más pesados como yo. Observaba las pisadas de una señora muy
veterana, pequeña y ligera y eran menos de la mitad de profundas que las
mías. Así hasta el final en el que esta
fluida sustancia pareció darnos un respiro tendiendo a crear superficies algo
más compactas que ya permitían algo más parecido a un correr constante.
Eso
de llevar el líquido encima casi todo el recorrido era algo a lo que tampoco
estaba muy acostumbrado y que la verdad me resultó bastante tostón. Por lo
general en un maratón cuando llego al avituallamiento bebo todo lo que puedo y
me olvido hasta el siguiente. En este caso iba pendiente del líquido que me
quedaba con la tentación de bebérmelo todo en los subidones de calor. En fin,
un auténtico engorro que aún me hacía más difícil concentrarme en lo que se
suponía que estaba, corriendo.
Lo
que también fue una novedad en esta carrera fue el tener una pájara en la
distancia de veinte kilómetros. La
lógica del tema es que llevaba dos horas corriendo de forma pesadumbrosa y el
esfuerzo me dejó tieso. No tuve más remedio que parar un buen rato. Ya no
dejaría de parar de forma intermitente hasta el kilómetro treinta y siete.
Sentirse mareado en una carrera no es tan malo si sabes hacer lo necesario para
recuperarte y seguir cuando has recuperado el resuello. Si eso es posible no
está todo perdido, así que me lo tomé con calma y recuperé lo necesario para
arremeter contra la espesa masa y arrancarle todos los metros que podía en cada
acometida. Así, de forma intermitente, hasta que otra ola me dejaba tieso y
tenía que parar para recuperar el ritmo de mi respiración.
Lo gracioso del asunto era hacer todo esto en
medio de una multitud de bañistas que te jaleaban unos y otros te miraban con
curiosidad mientras en ocasiones tenías que tener cuidado de no llevarte a
algún crío pequeño por delante. No era que fueses corriendo con bañistas a
ambos lados de tu trayectoria, había que ir deambulando entre ellos lo que se
hacía algo surrealista. Me daban ganas de tirarme en una de las toallas vacías
a contemplar el mar y tomar una cerveza con ellos, pero no, hubo que esperar.
Llegar
al puesto de avituallamiento único se acabó convirtiendo en un deseo muy
intenso porque era la única referencia de cómo estaba la organización de la
carrera aparte de los quads que iban y venían constantemente en ambas
direcciones. Desde estos quads me hacían señas con el dedo hacía arriba para
constatar si estaba en buen estado, así hasta que terminó la carrera.
El
puesto de apoyo coincidía con el lugar del que había salido la prueba de quince
kilómetros por lo que tenía todo el montaje correspondiente. Me lo tomé como un
lugar en el que reorganizarme más que como recogida de líquido. Así que lo
primero que revise fue el estado de mis pies pues comenzaba a nota algún
síntoma de irritación. Estos se concretaron en dos despellejamientos sangrantes
en la zona interior de los dedos. Esa parte no estaba nada curtida ya que en
condiciones normales no trabaja pero la arena al entrar por todos los rincones
de mis pies fue raspando castigándola. Esto no me sorprendió, lo que sí lo hizo
fue ver que muchos otros corredores terminaron la prueba descalzos sin daño
alguno y uno con el que hablé me dijo que no solía correr descalzo. Todo un
enigma. Pero en lo que a mí me atañía no
podía seguir corriendo en esas condiciones así que eché mano de unos calcetines
de aquafitness que usaba para que no
me resbalasen los pies sobre los huaraches cuando sudaba que mi mujer sabía y
previsora me había echado en la mochila. Esos calcetines me permitían una
completa movilidad del pie y por otro lado al estar hechos de un tejido muy resistente
aguantaban bien el roce con la arena.
Ya
estaba en el kilómetro veintiocho al que me había costado horrores llegar y
suponía que después de repararme y descansar algo podría rehacer un tanto la
carrera. Estaba muy equivocado. Durante los siguientes cinco kilómetros
continúo la playa blanda con talud en la que arremetían las olas queriendo
engullirte y me dificultaban de forma extrema mantener el ritmo. No pude
rehacer las fuerzas porque me sentía atascado, parado, sin fuerzas para enfilar
de forma enérgica esas barreras. El tiempo pasaba de forma muy rápida y ya
estaba por las cinco horas y me quedaban muchos kilómetros para llegar. El
límite de cierre de meta estaba en lo que para mí en esa distancia de cuarenta
y tres kilómetros me parecía en principio una eternidad, ocho horas. En ese
momento tenía muchas dudas sobre si llegaría antes de que me diesen con la
puerta en las narices. La playa se veía
en toda su extensión perderse en el horizonte en una línea confusa en la que se
veían los edificios de Setubal al otro lado de la bahía. Era un viaje en el que
la velocidad era un deseo inalcanzable porque todo la impedía. Los corredores a
esa altura iban negociando con el medio y sus fuerzas y todos nos dábamos
ánimos tanto los que rebasaban como los rebasados sentíamos una intensa
solidaridad ante la hostilidad del medio para correr.
A
partir del kilómetro treinta y cuatro o treinta y cinco todo cambió a mejor. La
fisionomía de la playa se dulcifico desapareciendo el talud que nos empujaba a
las olas, adoptando una forma más horizontal
en toda su extensión y endureciéndose bastante la parte más próxima al
agua. Parecía otra playa siendo la misma pues no había el más mínimo accidente
que crease una discontinuidad en la misma. Hasta el treinta y siete estuve
alternando trotes y caminatas porque mis fuerzas habían quedado diluidas en los
kilómetros anteriores. Esa alternancia me permitió recoger las pocas fuerzas
que me quedaban y junto al hartazgo de llevar tantas horas ese avance tan lento
me espolearon a correr sin parar, ya hasta la meta. Me fui animando mucho al
ver que las condiciones no solo no empeoraban de nuevo sino que iban mejorando
y recuperé muchas posiciones aprovechando para animar a los compañeros que antes me
habían ayudado a mí.
Las
proximidades de Troia estaban mucho más pobladas de bañistas y la sensación de
correr por una playa virgen infinita se diluyo en ese caso para bien porque
hacía más entretenida la llegada. Hasta que como en un espejismo esta vez real
pude otear el arco de meta en el horizonte. No estaba ya tan mal como en
kilómetros anteriores pero creo que pocas veces me había alegrado tanto de
verlo.
Por
fin atravesé el arco de meta con un tiempo de seis horas cuarenta y ocho
minutos. El mayor tiempo de mi vida corriendo que en ese momento se me antojó maravilloso para las previsiones tan funestas que había llegado a tener por
medio de la carrera. Llegué bastante entero, había recuperado fuerzas y no
tenía molestias musculares más allá del razonable cansancio. Solo eso ya me
hacía sentir premiado. Estaba feliz porque no sólo había logrado cumplir una
etapa más en mi reto sino que había podido superar un escollo importante con
unas dificultades insospechadas.
La
carrera se presentaba como algo paradisiaco y en las fotografías de la prueba
que aparecen en la web oficial uno no llega a intuir lo que hay debajo, todo lo
contrario se presentan fotos de pies desnudos corriendo por una playa fina y
compacta que nada tenía que ver con la realidad. La prueba de este
desconocimiento de la realidad es que de cuatrocientos cincuenta corredores que
tomaron la salida llegaron apenas doscientos. Esta es una carrera grande y
hermosa que merece la pena pero es importante saber a dónde se va, algo que yo
tenía poco claro. Ahora ya lo sé y me gustaría correrla de nuevo con ese conocimiento.
Fotos Ultramaraton Atlántica Melides-Troia 2014 |
Ultramaratón Atlántica Melides-Troia. Corriendo sobre el mar.
Reviewed by evocion
on
agosto 03, 2014
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