El retorno a la maratón de Vitoria

 



Vitoria ya era una maratón conocida para mí, aunque habían pasado once años desde mi última participación y el recorrido había cambiado. Esta carrera tenía un significado especial: era una de las trece maratones que me propuse correr descalzo en un año, buscando demostrar que podía evitar lesiones y rendir mejor que cuando usaba zapatillas. Mi experiencia previa en Vitoria 2014, donde terminé en menos de tres horas y media con buenas sensaciones, hacía que este retorno fuera aún más motivador.

Volvía a Vitoria con un nuevo reto: reengancharme a la maratón tras dos años de parón forzoso. Lo viví como un fénix renaciendo de las cenizas, remontando el vuelo con vigor y pasión. Con esa fuerza mental y seguridad física, llegué a Vitoria el sábado 10 de mayo al mediodía. Tuve la fortuna de encontrarme con amigos, tanto compañeros “descalcistas” como mis grandes amigos Koldo y Charo, quienes viajaron desde Madrid para acompañarme y celebrar un cumpleaños. Todo se alineaba para que el domingo fuera perfecto.

A pesar de la expectativa personal, la ciudad no irradiaba el ambiente maratoniano. Pocos corredores en las calles sugerían que la mayoría de los participantes serían locales. Aunque no es negativo, al viajar para una maratón, uno desea sentir la atmósfera de una gran celebración. Esa noche, me acosté temprano y dormí bien, tranquilo por estar en casa de mis amigos, a solo dos kilómetros de la salida.

Al día siguiente, camino a la salida en Mendizorroza, me encontré con numerosos corredores, incluyendo a mis colegas descalcistas. Compartimos las preocupaciones y la ilusión de afrontar las "cuarenta y dos incertidumbres" de la maratón. Cada kilómetro es una experiencia única, un episodio de una historia diferente, que se vive de otra manera al volver al mismo lugar.

Era mi cuadragésima primera maratón, y la emoción de enfrentar un reto incierto seguía intacta. La zona de salida bullía de actividad, con tres carreras simultáneas (10K, media maratón y maratón). Aunque valoro el esfuerzo organizativo, la mezcla de carreras nunca me ha resultado cómoda. Sentí alivio cuando los maratonianos nos quedamos solos, pues la interacción constante con corredores con objetivos diferentes generaba una cierta disarmonía. Incluso el posicionamiento en el cajón de salida, donde tardé cuatro minutos en cruzar la línea por la aglomeración, me hizo reflexionar sobre aspectos a mejorar.

La acumulación de maratones me ha vuelto más exigente, aunque al final todo se perdona. Poner una ciudad a disposición de una carrera es un esfuerzo titánico y un acto de generosidad. Mi experiencia, sin embargo, fue excelente desde el principio. Manteniendo un ritmo constante, gestioné mis energías y evité problemas musculares o de pubis, algo habitual en mi etapa anterior con calzado. Me sentí limpio y feliz, concentrado en lo esencial para un maratoniano descalzo: adaptarme al terreno.

La mañana era perfecta: temperatura fresca y sol primaveral, un cambio afortunado tras las previsiones de lluvia. Me sentía en casa, ya que la maratón se convierte en un hogar acogedor. Corriendo por las avenidas y centros históricos, sientes que la ciudad te sonríe, la gente te anima y la complicidad con otros corredores es extrema. Los kilómetros se deslizaban sin sentir, como episodios de una serie que no quieres que acabe.

Los kilómetros, sin embargo, cobran su precio. Cada uno exige una ofrenda energética y mental. Ese día, me llevaba bien con ellos, sintiéndolos como compañeros en lugar de enemigos. Los últimos kilómetros llegaron con la lógica pesadez, pero me concentré en administrar mis fuerzas para celebrarlo con amigos en un buen restaurante. Para un corredor amateur, una buena maratón debe permitirte retomar la vida normal. Quería terminar bien para conducir más de quinientos kilómetros después.

La prueba de una buena preparación fue llegar a los últimos kilómetros muy entero, manteniendo e incluso mejorando el ritmo. Era mi regreso a la maratón y debía blindarla. Lo hice: mi objetivo era terminar en cuatro horas y me sobró un minuto. Había vuelto a la maratón; había vuelto a retomar el control de una parte importante de mi vida. Era feliz.


Publicar un comentario

0 Comentarios