VACAS MARATONIANAS
Las vacas maratonianas
Mirando hoteles para ir a la maratón de Logroño tuve una desagradable sensación de deja vú muchas veces repetida en los últimos años. Es la de ir corriendo tranquilamente y que en un recodo del camino salgan unos asaltantes a desplumarte. El caso es que ciudades que he visitado en otros momentos de mi vida, que no son destinos turísticos convencionales y que tienen precios hoteleros, digamos que dentro de lo normal, llegada la fecha de la maratón triplican e incluso cuadruplican los precios para aprovechar la concurrencia de corredores. No es que no haya plazas para tanta gente y sea una cuestión de oferta y demanda. No, es solo una sencilla trampa para desplumar a los que necesitan un lugar para guarecerse la noche anterior porque vienen de fuera y no tienen más remedio. Sobrarán plazas de hotel pero los precios se mantendrán altos para extraer el máximo jugo de esos corredores que necesitan descansar bien la noche anterior. El caso es que esto sucede en todas partes salvo muy honrosas excepciones y eso me da más rabia aún.
En los últimos tiempos evito hacer turismo en países poco desarrollados porque me irrita esa sensación de ser una vaca que pasea por la calle a la que todo el mundo quiere ordeñar, explotar, marear, engañar e incluso robar. Está muy bien dejar dinero, incluso mucho si se puede, al visitar países más desfavorecidos pero esa sensación de persecución a la que un humilde turistilla se ve sometido acaba quitando todo el interés a cualquier viaje. Pues comienzo a sentirme así cuando planeo viajar para acudir a una maratón.
Parece que más que una competición de humildes correcaminos seamos capitanes de yates de gran eslora compitiendo por ver quién surca los océanos más rápido para luego volver con el reactor privado a casa. Pues no. Ya las inscripciones a las carreras tuvieron una escalada de precios absurda en los últimos años, sobre todo en las carreras con muchos miles de participantes, lo que lo hace aún más exagerado, y poco a poco, todo lo que rodea al mundo de los corredores en general y los de maratón en particular se ha ido encareciendo como si corriésemos por alfombras rojas.
En el año 1998 aprovechando una estancia de investigación que estaba haciendo en Toronto, corrí la media maratón que coincidía con la maratón. Hice un amigo, un corredor de cincuenta y largos que venía de un pueblo del norte del estado de Nueva York. Un tío campechano que le gustaba hablar con todo el mundo. El caso es que por la tarde después de estar hablando un rato me dijo que se iba a recoger. Me llamó la atención que me mostró su camioneta pick-up y me dijo que él dormiría en su saco en el remolque. Me resultó curioso la naturalidad con la que me contaba eso como si fuese su forma habitual de moverse por aquellas geografías para ir participando en las carreras que se le ponían por delante. También teniendo en cuenta que estábamos en noviembre y el otoño canadiense es bastante durito en cuanto a temperaturas.
Desde luego, no me planteo dormir en una camioneta al raso, ni siquiera dentro de mi coche, sobre todo porque al día siguiente sería incapaz de correr y menos una maratón. Pero este recuerdo sí que me hace pensar que antes de convertirme en una vaca maratoniana y dejarme ordeñar por todo el que le dé la gana, habrá que buscar formas alternativas de afrontar la visita a las ciudades que organizan las maratones.
Otra burbuja que esta por explotar, y sino al tiempo. Un saludico.
ResponderEliminarNo lo sé Paco. Los alojamientos que inflan los precios en las fechas de maratón no dependen para nada de este acontecimiento. Aprovechan la ocasión y se ponen las botas, y así como este día muchos otros a lo largo del año. Creo que en lo referente a este aspecto lo tenemos bastante crudo.
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